viernes, 4 de marzo de 2011

LOS RELATOS DE PASTOR DE MOYA - ENTRE LA MEMORIA Y EL SARCASMO.

 por José Rafael Lantigua


La narrativa más joven de nuestro país ha intentado romper con los estilos cuentísticos impuestos, primero, por la narrativa al uso, y segundo, por la práctica individual distintiva en término de alientos propios y ejemplarización de formas diversas.


No es asunto, desde luego, de generalizar. La práctica cuentística dominicana de los últimos años, digamos entre los ochenta y noventa, ha tenido altas y bajas, algo de lo que no debemos sorprendernos porque es situación natural en cualquier literatura. Mientras algunos autores nóveles se aferran a esquemas consabidos o hacen prácticas plagiarias de estilos narrativos reconociéndolos, otros han ido decantando su producción en un nivel de singularidad proyectiva, afirmada por una búsqueda estilística que intenta sumergir la imaginación fictiva dentro de un ámbito de notoriedad particular.

Esta actitud de búsqueda ha convenido en ser provechosa para algunos de los narradores que han hecho el intento de construir una personalidad propia en el acto narrativo, como en su momento lo fueron sus antecedentes en el genero, cuyas reglas se vieron obligados a quebrar para poder establecerse  en el cuento con sus haberes particulares. Es así como llegó la original cuentista de René Rodríguez Soriano (de los setentas), que hemos denominado en otro lugar una narración renovadora de vivencialidad posmoderna; o el trazo poético en una armazón delirante de Ángela Hernández; la magicidad absorbente y critica de Rafael García Romero; y la ficción como juego de notas marginales en una estructura alternante, luego diferida a lo onírico y a lo palpitante, de Pedro Antonio Valdez, para solo mencionar caos sobresalientes.

Desde luego, hay otras experiencias y otros modos de afrontar el hecho fictivo. Uno de ellos, sin duda, lo oferta Pastor de Moya, poeta conocido de los ochentas, quien ha hecho una andadura laureada en el cuento, conforme lo consignan las estadísticas de distintos concursos nacionales, pero que no es sino hasta ahora cuando convoca a todos a la lectura reunida de su relatos en su primer libro del género.

Pastor de Moya es un ¨bufeador¨ de la vida y sus precios. Se arrima con frecuencia a la extravagancia para poder consumir sus ansias vitales y refrenar sus refunfuños contra las normas y el establishment literario dominicano. Poeta, de los mejores de las nuevas generaciones, asume en el cuento una disposición diferente, en tanto prohíja con sus piezas narrativas una actitud chancera que dirime sus cuitas en los escenarios sutiles  de la metáfora gráfica y en las sutilezas anfibias del símbolo que gravita sobre la telaraña de las incertidumbres, de los desvaríos vitales, de los sucesos cotidianos armado entre la memoria y el sarcasmo.

La docena de relatos que forman su libro primerizo se encadenan a un eslabón surtido de impurezas cegatas, de ardores pasionales sin destino, de querencias marchitas, de imaginaciones confundidoras y liricas, de cataduras orgásmicas y de pestilencias que ahogan y comprimen el alma. Ni uno solo de sus cuentos puede dejar tranquilo en su butaca de lector a quien asuma los mismos en actitud de atención, presto a consumir sus coordenadas. Delirantes y estremecedores, repelentes y experimentales, irreverentes y provocantes, los cuentos de ¨Buffet para caníbales¨ proponen un modo de enfrentarse a la narración desde un escenario donde el narrador está armado de tridente y fuete, dispuesto a desarmar a cuervos y hetairas, condómines de la farsa de la vida y ejercitante de las oscuras trapisondas existenciales.

El narrador se escuda- confirmémoslos- en el delirium tremens de una borrachera sin fin donde sus personajes se difuminan, a tumbos, entre congojas y agonías extraídas de la propia realidad vital. Alucinógenos y pericias pervertidas derrotan los parámetros de vida, los paradigmas circunstanciales, enjaulando la desdicha y haciéndola surcar las entretelas de una visión delirante. En ese museo de diablos, estremecen las riendas de esta errancia, mujeres atormentadas y de febriles aprestos libidinosos, borrachos empedernidos, tecatos quejumbrosos cohabitantes de placeres sexuales en ambos cruces, masturbadores obcecados, rezadores gregorianos, lesbianas sidosas, tías calientes, ¨un Dios rapero y andrajoso¨, fetiches oscuros y cuerpos seducidos en el incesto y la molienda drogadicta. Pastor de Moya agota todas las posibilidades, de ángel a esperma, de varón a suceso desvirgado, de animal a sombra, de sueño liquido a memoria incestuosa. En estos relatos hay sudor y olor, nostalgia y ruindad, inhalaciones y quebraduras de tino, cárcel y liviandad. Semántica del placer forzado y comicidad de la muerte. Todos los esquemas se rompen y en apuesta se torna retadora, como si el narrador desease que toda su ácida pesadumbre se convirtiese en un rollo poético que, subrepticiamente, se colase por los intersticios calcinantes de la realidad humana más acosante, abatida y desequilibrada. Aun su ´fe de ratas´ colocada al final cumple este cometido: Trampa y guiño de la farsa, de la esquizofrenia que todos asumimos alguna vez, o siempre.

(Tres cuentos antologables: ¨Museus-video azul para ciegos¨,¨El asado-acrílica y sopa de hongos¨, y nuestro preferido: ¨Caballo de la sombra¨.)

José Rafael Lantigua

DE MOYA AL FILO DE LA PALABRA

Por Mario Alegre Barrios

A los 38 años sabe que está herido de muerte, que lo habita una enfermedad que algún día reclamará su aliento y sin la que- paradójicamente- no podría vivir. Su mal es la palabra. La palabra escrita, padecimiento progresivo e inexorable que tiene su síntoma más inmediato en Buffet para caníbales, libro publicado por Isla Negra Editores que será presentado hoy- a partir de las 7 de la noche- en la librería La Tertulia. La primicia estará a cargo del Doctor Juan Duchesne y Doris Lugo.

Amante de Rimbaud, Borges y Pessoa- con todos sus heterónimos- Pastor de Moya proyecta en su estampa lo que Unamuno llamó ´´el sentimiento trágico de la vida´´. Delgado, de facciones angulosas y mirada melancólica, el escritor dominicano asegura a El Nuevo Día que su pasión literaria es ´´genética y patológica´´. ´´Es como una enfermedad terminal con la que he aprendido a vivir con la certeza de que algún día moriré con ella, apunta. ´´La padezco desde muy niño. Nací en La Vega, donde también nació Juan Bosch y a través de mi padre comencé a desarrollar un apetito voraz por la lectura, hasta que me percaté de que no podía vivir sin los libros y tampoco sin escribir´´.

Pastor señala que siempre ha sido un escritor temerario, tanto en la poesía como en la narrativa, porque sus textos siguen patrones ´´de alto riesgo´´, de ruptura y escisión con ´´toda esa literatura ´light´ que tanto prolifera y que tantos lectores tiene´´. ´´Nunca he vivido de la literatura. No vivo de ella, sino que vivo para ella´´, asevera. ´´Este es un mundo generoso y siempre me las he arreglado para sobrevivir.

Respecto a Buffet para caníbales- reconocido como Libro de Cuentos del Año en Quisqueya- Pastor apunta que consta de relatos ´´cortos, pero muy densos´´, que no se leen rápido porque tienen un ritmo y una respiración interna ´´derrotante´´. Cada uno de ellos es muy visceral y, con frecuencia, muy sórdido´´, ilustra. ´´Desde luego que hay elementos referenciales con mi vida, cosas que no se pueden separar, desdoblamientos, en fin… todos tenemos decenas de seres dentro: un niño, una mujer, fantasmas. Hacer obra de esta manera es difícil, aciago y un riesgo dentro de eso otro peligro que es de por sí el ejercicio de escribir. ´´

Sin reservas, Pastor asegura que escribe ´´porque está inconforme con el mundo que lo rodea´´ y trata de usar su turno para sentirse Dios. ´´Juego a ser Dios a través de la creación literaria´´, acota. "Con la palabra tengo el poder de crear un mundo como creo que debe ser, aunque el proceso sea terrible… no es fácil ser Dios."

El Arte de Escribir
El escritor dominicano comenta que este libro de relatos incluye un cuento que lo puso al borde de la locura y que trata de una prostituta que delira en ruta hacia la muerte, arropada por reminiscencias. ´´Lo escribí muy deprimido y angustiado, de pie y con una urgencia inmensa´´´, señala. ´´Esta es una de las virtudes de la literatura: nos ayuda a mitigar dolores, a exorcizar fantasmas. Es una catarsis que sólo se asemeja a hacer el amó. Son instantes de libertad casi plena y esto es lo que me ha hecho condenarme a este oficio.

Cuando escribe, Pastor no piensa en ningún lector en particular, explica, aunque tiene la certeza de que ´´ningún acto del hombre es individual´´. ´´Si pensara en alguien en específico no podría cumplir con la sinceridad y la intención de permanencia que dan la posibilidad de aspirar al perfume de eternidad que debe tener toda obra´´, reflexiona.

Luego de muchos años de una lucha tenaz consigo mismo, Pastor asegura que ha logrado perdonarse y reconciliarse con ese otro ser que se mira todas las mañanas en el espejo. ´´Me pasé casi toda la vida recriminándome, juzgándome y autodestruyéndome´´, murmura. ´´Tuve la oportunidad de perdonarme y ahora lo que hago simplemente es ser muy exigente conmigo, específicamente en lo que se refiere a la literatura. Me siento agradecido de vivir y de cualquier gesto que se me da. Todo esto es parte de un proceso de limpieza espiritual en el que estoy permanentemente inmerso.´´

Como colofón, Pastor asegura que la felicidad no existe como usualmente la conciben las personas. ´´La felicidad es un instante, un suspiro´´ apostilla. ´´´Por lo demás, no le temo a nada material. Le temo a la mezquindad, a la deslealtad y a otros vicios del hombre. No le tengo miedo a nada más, ni siquiera a la muerte. Vivo cada día a la vez.´´

NO SÓLO FETICHES

por Cecilia Ramis

Es una especie escasa la de los escritores malditos. No se trata, sin duda, tan solo de un apelativo propio del simbolismo (Rimbaud, Baudelaire…), los ha habido en todas las épocas. Son los encargados de mostrar los resplandores estéticos de la podredumbre y las miserias humanas. No son malditos solamente por los temas que utilizan, que algo tiene que ver también, como por un tono irónico, a veces pornográfico o soez, pero siempre poético y dolido, un dolor que de tan profundo parece indiferente. Tienen en común un largo aliento lírico y una risa estridente y burlona al fondo. Pensemos en Henry Miller, Onelti, Genet. Para ser un maldito auténtico hay que vivir ese designio como categoría existencial y estética. Maldito el verso, malditos los personajes, maldito el ritmo, maldito el sabor pegajoso y asfixiante que se nos queda, porque maldito está el ser. Y nadie puede negar que hay un sorprendente hallazgo estético, una luz que resplandece al final de un túnel.

Pues bien, tal clasificación sin duda es aplicable a la prosa de Pastor de Moya. Había son duda destellos de esa cosmogonía oscura en el libro de poemas que publicó a mediado de los 80. Tiene el desgarramiento y el desenfado temerario y rotundo de la prosa maldita. Su cuento ¨Fetiches¨, muy comentado por peñas literarias, sin duda resulta temáticamente osado, provocador, rompedor en cualquier caso. Pero no nos engañemos. Si resulta maldita la prosa no es por el tema escogido, lo es gracias a la conjugación de una serie de recursos que conspiran a favor de una homogeneidad, de un todo cuya forma es, en el cuento, plenamente redonda.

Hay en la prosa Pastor de Moya una fuerza verbal extraordinaria, un lirismo sofisticado y medido, un punto de vista maldito. Hay un patetismo en el Gordo, el voyerista-fetichista que queda tuerto por su afán de robar un poco de intimidad ajena, muy propio de esa literatura maldita. Pero más que la historia del personaje, es el punto de vista de quien narra. Se narra desde las cosas concluidas, condenadas y perdidas. Hay una irreverencia lúdica en el uso del lenguaje, un impudor que rompe cualquier barrera para el mundo que quiere ser desvelado muestre sus miserias. Todo lo que allí florece está condenado. Decir que Pastor de Moya es un escritor maldito no deja de ser un apelativo, que sea escritor, de nuestro país y en nuestra lengua es un gran aliciente. No sólo porque se suma, junto con otros jóvenes prosistas, a ese esperanzador atisbo de narradores criollos, que con tanto entusiasmo todos aguardamos desde hace tiempo, sino porque hay sustancia, y de la buena, detrás de ese impulso provocador que tanto hace evolucionar a las artes y que tanta falta hace en nuestras letras.