viernes, 4 de marzo de 2011

NO SÓLO FETICHES

por Cecilia Ramis

Es una especie escasa la de los escritores malditos. No se trata, sin duda, tan solo de un apelativo propio del simbolismo (Rimbaud, Baudelaire…), los ha habido en todas las épocas. Son los encargados de mostrar los resplandores estéticos de la podredumbre y las miserias humanas. No son malditos solamente por los temas que utilizan, que algo tiene que ver también, como por un tono irónico, a veces pornográfico o soez, pero siempre poético y dolido, un dolor que de tan profundo parece indiferente. Tienen en común un largo aliento lírico y una risa estridente y burlona al fondo. Pensemos en Henry Miller, Onelti, Genet. Para ser un maldito auténtico hay que vivir ese designio como categoría existencial y estética. Maldito el verso, malditos los personajes, maldito el ritmo, maldito el sabor pegajoso y asfixiante que se nos queda, porque maldito está el ser. Y nadie puede negar que hay un sorprendente hallazgo estético, una luz que resplandece al final de un túnel.

Pues bien, tal clasificación sin duda es aplicable a la prosa de Pastor de Moya. Había son duda destellos de esa cosmogonía oscura en el libro de poemas que publicó a mediado de los 80. Tiene el desgarramiento y el desenfado temerario y rotundo de la prosa maldita. Su cuento ¨Fetiches¨, muy comentado por peñas literarias, sin duda resulta temáticamente osado, provocador, rompedor en cualquier caso. Pero no nos engañemos. Si resulta maldita la prosa no es por el tema escogido, lo es gracias a la conjugación de una serie de recursos que conspiran a favor de una homogeneidad, de un todo cuya forma es, en el cuento, plenamente redonda.

Hay en la prosa Pastor de Moya una fuerza verbal extraordinaria, un lirismo sofisticado y medido, un punto de vista maldito. Hay un patetismo en el Gordo, el voyerista-fetichista que queda tuerto por su afán de robar un poco de intimidad ajena, muy propio de esa literatura maldita. Pero más que la historia del personaje, es el punto de vista de quien narra. Se narra desde las cosas concluidas, condenadas y perdidas. Hay una irreverencia lúdica en el uso del lenguaje, un impudor que rompe cualquier barrera para el mundo que quiere ser desvelado muestre sus miserias. Todo lo que allí florece está condenado. Decir que Pastor de Moya es un escritor maldito no deja de ser un apelativo, que sea escritor, de nuestro país y en nuestra lengua es un gran aliciente. No sólo porque se suma, junto con otros jóvenes prosistas, a ese esperanzador atisbo de narradores criollos, que con tanto entusiasmo todos aguardamos desde hace tiempo, sino porque hay sustancia, y de la buena, detrás de ese impulso provocador que tanto hace evolucionar a las artes y que tanta falta hace en nuestras letras.

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